miércoles, 8 de diciembre de 2010

La isla encendida

¡Hubo luz, hubo luz!.

Allí todo era blanco, el colmillo de los taxis,
la aventura de los nenúfares, el miocardio de un sueño.

Un país de poliedros, con el acento de las ocas
y la piel bruna del tritón.

He vertido el equipaje en la huella solar
como quien ama teléfonos o pasos sin cintas
ni azul.

¿Y el sol o el aeroplano cuyo vientre de fuego
aún ausculta los días, las noches, el mercurio?

De rodillas el tiempo con sus abecedarios sin flor.

¿en qué estación la luz que naufraga, mis anchos hombros
de cóndor o esfinge?.

Crecí desde la sombra porque los lápices marcaron
la metamorfosis de la palabra y fui signo
entre las bocas horribles del metal.

¿Y la noche con su fósil marcado(penumbra fiera,
lastrada, apocalíptica)? Pero no, un cigarrillo que tiembla,
el ascua como un inmenso astro de azúcar
y la pregunta y los ojos de topacio que sellan un nombre ciego.

¿has temido a los alfiles como si no tuvieran regreso?

En la escritura inmensa del mar sollozan los niños blancos
y una tenue bruma se apiada de un labio.

Aquel día nos arrullaban los árboles: preciosos castaños,
robles de brazos perfectos, acacias, álamos de tez lechosa
o rotundos pinos de ampulosas mejillas.

No esperaba la razón del trueno ni la calcárea nieve
tan herida.

Oh señor, adónde tu cuarzo de óseas membranas,
de fusiles viejos, de alcanfor y muerte.

Nada temo pues soy la eterna sombra
que aún vigila su aliento, un soplo de carne,
una raíz vieja, un tobogán de astros y sur.

Mi única memoria son mis vértices.




2 comentarios:

  1. Un poema con lenguaje y metáforas muy interesantes.

    Un abrazo
    Ana

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  2. Gracias, Ana, por leer el poema y dejarme tu comentario. Un abrazo.

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