Un grupo de niños y niñas de unos seis a ocho años
juegan al pilla pilla entre las mesas de una terraza.
Los padres ni se inmutan- solo se ríen- cuando otras personas
les llaman la atención porque los niños molestan con sus gritos y roces
con las mesas, sillas y con los propios clientes.
La terraza de pronto casi se queda vacía.
El domingo en un acto religioso al que asistí por compromiso,
durante la celebración de las primeras comuniones
con la iglesia prácticamente llena, un niño,
quizá de cuatro años, corre por el pasillo,
se mete entre los bancos, no para de hablar en alto con la abuela,
la cual le contesta también en alto sin cortarse lo más mínimo.
En ambos casos la respuesta de los familiares
ante las protestas fue la misma: ¡es que no ve que son niños!
En efecto son niños, por eso hay que educarlos.
Creo yo.
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