viernes, 29 de septiembre de 2023

La adolescencia marchita

 

Y yo con mi raíz casi virgen y mis ojos de candil,
a los diecisiete cuando el brote de la flor es más cálido
y hay en mí el embrión de un animal que se despereza
ante abrazo del día.

Con mis labios aún partidos por la risa de la infancia,
con esta piel sin surcos que adora el sol de la tarde,
con mi esqueleto que salta sin querer al oír el céfiro en las esquinas,
solidario él como un rayo de luz que busca su nombre entre las sombras,
jinete de un alba que llega con las yeguas galopando hacia mí.

Soy el frágil tallo que se inclina, con el pudor del miedo en los hombros,
ante la vorágine de un presente en el que todavía mi voz no se escucha.

Hasta que mis pasos se hagan huella y la costumbre razón,
y la experiencia un soliloquio del que quiera huir,
sin poder hacerlo porque tejí con fibras de escarcha mi playa,
a la que ya no arriban los barcos sin memoria de la niñez.

Ahora todo es oscuro en aquel espejo donde dormía una ilusión que nunca fue triste.

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