lunes, 13 de diciembre de 2021

Las olas



Este enorme abrazo de la piedra, abrazo inmóvil
al que me acerco con mi carne blanca, lisa piel blanca
de adolescente, ternura de ojos acostumbrados
al ritmo de las playas, con sus olas que renacen
después de morir como cabellos de agua que trazan
un dibujo sin cicatrices, rulos de espuma que se arrojan
al vientre del cuarzo, sin plumón, solo caída derramada,
caída sonora de ronquido breve, ágil manto que pone
su semilla en las conchas veteadas, en el roquedal de agreste
perfil, en los intersticios del granito, conjunto geométrico,
erosionado jardín de poliedros como árboles sin hojas.
A los pies del faro adonde no llega el haz una colonia
de algas verdes, algas salinas como peces de jade,
heliotropos que no dan flor bajo las ruinas, ola
que reverbera en las magnitudes del rayo, arpegio
del color, de siete colores en lontananza, magia de lluvia,
crisantemo del sol en el explosivo cenit del ramo líquido,
ramo de gotas que se acicalan antes de entregarse
al descanso de la planicie, al juego de los mariscos,
a la crueldad suave de las medusas, a los mejillones
bivalvos con su sed interminable de lágrima en el cantil,
de crespón que esconde la carne amarilla que es una zarpa
de amor, al suburbio nacarado, a la liana que brota
de su orgullo de riñón blando, de vulva abierta con gusto
a sal herida, de rumor a oleaje en las paredes de mi boca
que aprietan la ingle de este molusco que deja en mí
un extraño recuerdo que asocio, sin querer, a tu nombre.

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