jueves, 30 de diciembre de 2021

Jean Valjean

 


La primera justicia es la conciencia
Víctor Hugo


¡Oh dios amargo, dame el pan que me duele,
los niños lloran en la penumbra,
exhaustos como gorriones débiles,
yo quiero sanarlos, darles la luz,
un suspiro de vida en los labios negros!

Un corcel voraz me atrapa,
es su sed una venus ciega, justifico mis actos con el aullido del perdedor,
escucho la voz del céfiro con coros de condena,
los años son grilletes encendidos,
vuelo sobre los torreones del azar,
mi fuga es un sueño con alas de mártir,
diecinueve años o diecinueve siglos en un ataúd húmedo
¿sois los cuervos un ángel oscuro que croa en el alféizar de la muerte?

Recorro las latitudes del páramo,
villas de sangre tímida rechazan el eco de mis pisadas,
huele a indumentaria raída, a licencia para vivir,
a podredumbre de cadenas cuyo mensaje es el frío del desprecio,
el organillo agreste de la culpa.

El viejo cura me acoge con su manto sucio y su verbo de paz,
pero yo traiciono a la paloma que crece en su boca,
tesoros de plata en mi mochila, crepúsculo de la huida.

¿Qué corazón es un signo?, hay un eco dulce en las palabras dormidas,
un jardín de amapolas recónditas que vigilan el aura del proscrito.

Él me regala la ternura de la santidad,
y yo reconozco el alfil del amor,
la bondadosa máscara de los que entregan la luz a las sombras,
un rayo en mi alma amanece.

Y, sin embargo, piso la moneda del destino,
la subo a mi fajín como una derrota desconocida,
llorará el tiempo con la melancolía del suburbio.

Una ciudad, pequeña como el recodo de un río,
la fe en los hombres y las mujeres,
el trabajo que mana como un hilo carmesí,
hasta la pesquisa, la sospecha,
y, al fin, un sabor acre a justicia que es la confesión inútil del bienhechor.

¡0h Fantine, mi alma envejecida,
tulipán caído de su luna, madre de los alientos infinitos,
tu Cosette es un pájaro desvalido y yo el ala grande,
el nido de fieltro donde se abrigará su noche!

París de las cien mil luces, arrabal colérico,
pestilencia del amargor, barro y letrinas,
Notre Dame, los desheredados danzan con pañuelos
y trajes de colores, se escuchan las campanas latir con voz de púlpito,
con hambre de niebla.

Sí, el muro es un cuadrángulo donde mora el silencio,
la virtud, la oración del secreto,
un jardín que cuidar con el rostro mudado del ignorante.

Fueron años de paz, de palabras sin incendios,
de hojas blancas en los árboles como pétalos de luz.
Cosette, joven Cosette, aquel aguerrido galán,
con su ideal de bandera ennegrecida,
vela por ti como un halcón enamorado.

Días de sueños en las almenas,
Javert quiere un canto de justicia en la garganta sajada de los niños,
se equivoca, porque niños no son, descubren su alma bajo la levita oscura,
la alevosía y el rencor, la estricta mudez del rebelde.

¿Qué puedo hacer yo, si su espada de sangre me persigue desde el adiós del débil,
porque ahora su llanto es el mío,
soy acaso el arcángel que distingue bien y mal en una botella vacía?

Quise salvarle porque todos somos un alud que se agota
y no hay verdad que se parezca al sol,
solo un paraíso de sombras en la luz,
fantasmas que crujen al nacer el día.

Nunca entendí su mirada, sus ojos me decían
que en la oscuridad se descubren llamas insólitas,
una luz que se alza e ilumina la faz de un hombre
que, al fin, se reconoce erróneo, extraño Javert.

Ahora, arropado por las sábanas del tiempo que fluye,
confieso que no existo ni existí, que fui fruto del azar,
que mi voluntad ha querido sobrevivirme,
por eso os abrazo
mientras la nieve cae detrás de la ventana cerrada.

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