lunes, 20 de abril de 2020

La Santa Compaña



En qué enredadera la insistencia de la noche.

No siento las pisadas
ni el fluido de un miasma gris en mis ojos
ni la oscuridad del bosque
tan ambigua.

Pesa el madero torpemente labrado,
el aire me trae el sulfuro de las ánimas.

Dónde existirá un niño,
hombre-niño que humedezca su sangre
y frote su voz imberbe en la cruz de pino.

Peregrinar bajo los castaños,
los robledales,
el humus de los viejos árboles,
caminos de greda y helechos blancos,
los pies que me siguen apenas rozan la caliza,
entretenidos con el canto y el pábilo de un cirio
que alumbra las sombras.

Por qué tantos círculos,
tantas espigas en el granito del Cruceiro.

¡Cantad sudarios fríos, campanillas voraces,
luciérnagas oscuras de los valles
en la nómada estrategia del dolor!

Ya mi piel es una lámina traslúcida sobre la pasividad del ángel,
sobre los altares ennegrecidos por la pena.

Seguidme con el humor antiguo de los espectros,
vacilantes como témpanos que sudan hormonas de agosto;
es la víspera de San Juan y los fuegos crepitan en la lejanía,
nosotros vagamos en el tiempo de nadie,
títeres negros, candelas vacías,
milenarias culebras eternamente proscritas
por el silencio infinito de los alacranes.


*La Santa Compaña es, en la mitología popular gallega, una procesión de muertos o ánimas en pena que por la noche (a partir de las doce) recorren errantes los caminos, los bosques, las cercanías de una parroquia o un pueblo. Las precede una persona viva que porta una cruz y un caldero.

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