viernes, 27 de marzo de 2020

Maldita tristeza

Fuiste tú la que puso un velo a mi rostro.
Fugaz amante de la niñez inhóspita,
voz que escucha el solitario en su orgía insomne.
Amiga que has llorado nieve en mis ojos,
confidente de la luna, arpía que canta en silencio
un réquiem sin música. Solo para mi sombra
que irá tras de ti, conjuro amargo, elixir,
pócima de verso triste en mi boca cerrada.
Apellido que nadie dice en la algarabía feliz
de la celebración, gritos y carcajadas y párpados
sedientos de luz y oasis en la blancura que odias.
Tú permaneces como un diamante, tan pulido,
tan yermo en su brillo opaco. Te desvistes junto a mí,
cada noche envidias en mi memoria la flor blanca de la risa.
Crees que me conoces, piensas que soy un soldado de tu latitud,
sientes el pulso del dolor, aquel que te encumbra hacia otro día,
un nuevo día sin mañana, con pesadas rocas en los hombros.
Entiende, de una vez, que mi nombre no es un fruto agrio,
que mi nombre lo tallé, al nacer, en el árbol de la alegría.

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