miércoles, 25 de marzo de 2020

La casa viva

Tan ambarina la luz y tan próxima tu ceniza.

El hogar es un monstruo que ríe,
su vientre plácido,
mil ojos en la pared
y esa pátina de tiempo
donde viven las historias no dichas.

Qué susurro de voz, armas de cristal,
caobas y perfumes, el óxido virgen en los postigos
y el aroma de las palabras cruzando el fiel de las habitaciones.

Todos los azules de la infancia son un mar brillante,
en un jersey perdido hay ríos de sudor y olores de naftalina,
las fotografías igual que una cicatriz de oro gris
que fija su mirada en el adiós.

Pero hay también sombras que acicalan su misterio
y el grafiti de una ventana oscura
que esconde el marfil de los secretos tras un cedazo de virtud.

Altas las filigranas- gotelé, yeso, acantos-
infinitas las grecas de un mosaico vivaz.

Y los sábados de invierno, la dalia impertinente de la lluvia,
esa lluvia que golpea mi testuz,
esa lluvia como canción que llora,
esa lluvia que me recuerda a un equinoccio de alcantarillas
o al hilo de agua de una acequia que estalla en sunamis de dolor,
en huidas bajo la catarata que cae hacia el lugar
donde ya no estoy
y moja el silencio
y moja mi razón
y te moja con el resplandor de las urbes soñadas;
y nos elige, líquida sed, manantial que fluye
como un narciso en la corriente,
savia que algún día se volverá ámbar
para ser eternidad de nuestro árbol.


No hay comentarios:

Publicar un comentario