domingo, 19 de enero de 2020

La belleza

Suele volvernos estatua en un segundo de eternidad.
Es color y tiempo desdoblado, alma de paisaje
o rostro que muere en el mármol, es pigmento
que adorna un óleo o fulgor en el horizonte
si la luna estalla. A menudo tu piel o tu sonrisa,
el mar sin olas, la luz en el dormido candil de la espiga.
Y el asombro de la lluvia entre los truenos y el hambre,
el rayo de sierpe en la negrura de los espejos
y una colina al amanecer y el brillo del agua
donde bailan los peces. También un sueño triste
de sirenas al volver de un canto o el árbol cuya flor
es malva como la piel de un niño. Y tu interior
de patios alegres y la bondad que susurra mi nombre
en la caída. O el vuelo del pájaro sin mañana
o la nieve que refulge de amor cuando la luz
lame su seno. Todo vive en la memoria perdida
mientras continúa el éxtasis que nutre a los relojes.
Deja que mire la aurora, el ocaso, la danza perfecta
de las ninfas, la curva de un edificio inmortal,
los jardines de abejas laboriosas, tu perfil
que se recorta entre la niebla, el verdor
de tu iris que es la herida sin pausa de la luz.


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