domingo, 29 de septiembre de 2019

Te reconozco, aunque no te conozco

Abro mi boca contra el aire,
pequeña la máscara que iza tus senos
y decide la longitud donde el pájaro
escribirá su tardanza.

Hay un hilo de algodón sin ojales,
sonámbulo como la fiebre que seduce a la ternura;
me visito en el mañana cuando la luz me posea
y me posea tu cuerpo,
tu danza, tu meteoro
en la brillante atmósfera de los jardines iluminados.

Nos define el ladrar de cualquier perro,
tras el rostro de las mujeres que vi
un demonio travestido organiza los itinerarios
en que posaré el tiempo.

Allí, en el alambre que los músculos tensan,
en la voz que digo a solas, en la silueta que vaga,
delfín alegre, bajo la caracola de la ciudad,
en el centro exacto de un mapa que nadie dibujó
habita el origen del silencio.

Ya sé tu nombre y el hogar que llevas en tu ombligo
-tan desnudo, tan breve, como la vida de un insecto-,
sé del marfil y el oro que tus uñas exhiben
en los páramos azules de la bibliotecas.

Un swing de jazz acompaña el sándalo de tu mesa,
y la copa, la copa virgen que no has probado
es un túmulo de castidad,
un cardumen de sueños prohibidos.

En mi piel no encuentro los tatuajes que mi memoria transmuta,
no existe el rastro, ni la huella que persiga
a la dalia encarnada.

Un color imposible barniza tu cráneo,
esparces tu cabello y gotas de liquen
dejan una humedad de bosque en mis entrañas.

Se suicida el mar que compartimos
mientras en la sed de los cines
la ficción está más viva que el presente.

Un ojo singular ve a los estorninos como nubes de carne,
como una cicatriz en el ojo blanco de la luna.

Cada cosa será en el devenir un sudor frío,
un gorjeo de palomas muertas
en el escalón que nunca volverás a pisar
porque su materia se habrá convertido en recuerdo.

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