lunes, 29 de julio de 2019

La nieve encendida

Es tarde para espiar en la oscuridad.

Entra por el ventanal un eclipse nocturno,
la luna ensombrece a la muchacha que sonríe
a la hora en que el supermercado
desliza sus vértebras de metal para cerrar y morir de nuevo.

Hoy vi la kermés sobre la playa
e imaginé muñecos monstruosos durmiendo en las olas de julio.

¡Qué timbal me incita a decir lo imposible-invisible!

En el calendario yace la huella de los horarios viejos,
un duende se viste de azul cuando lo miras,
es como si mil océanos incendiaran a coro el mediodía.

Esta es tu habitación y aquí no habita el salitre del tiempo incómodo.

Tú me susurras que en los vinilos solo hay círculos concéntricos
y que alguien miente cuando habla de la inmortalidad de la música,
por qué entonces el indómito instante que armoniza tu corazón
a treinta y tres revoluciones por minuto.

Hay un dios extraño que descubrí en la página final
de un prontuario que no conocía.

Él y su justicia me recuerdan los pasajes bíblicos
que invocan el fúlgido clamor de las hogueras,
siempre en guardia contra el rostro feliz de la inocencia.

Volveré, porque a los misterios que viven en tu hogar
solo un yo proscrito podría entregarles su cicatriz de invierno.

Lloverá nieve encendida igual que lágrimas de ardor
en la superficie de un silencio
acostumbrado a tu latir de lagartija.

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