domingo, 1 de abril de 2018

Siempre te soñé desnuda


Lo que hay detrás no se arroja a la luz.

Me invitan las estaciones al desnudo,
jeans que se ajustan
como el algodón al tallo de una flor de asombro,
botines de lenguas perfectas,
un eco en la nieve de los racimos,
cristales donde los pasos
son melancolía de hadas y sombra,
el rumor de las águilas en el crepúsculo azul.

Cada hilo recuerda un nombre,
cada metal que sobrevive en el culmen de los pechos
acentúa la sed de mis ojos
en la fugacidad del tiempo.

Te cubres con el ojal abierto entre las ingles,
la tersura de la tela se angosta en la longitud del fémur
como un adagio de oro.

Y, sin embargo, te descubro sin ningún abrigo
al volver del sol, de la playa,
de los cuerpos álgidos
en la arena.

No me da lástima el color
ni envidio del tacto la ternura de la piel,
te miro cuando ya no estás,
en mi vigilia de hojas ocres
sobre la aquiescencia de una memoria
que ya no consigue vestir al deseo.

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