viernes, 6 de abril de 2018

El laberinto

El día de mi nacimiento está escrito
en una pared olvidada.

Un pie y el otro pie sin pausa
dibujan el camino
que el íncubo aniquila
con el desdén de un céfiro procaz.

Hay que elegir la sombra o la luz,
qué sombra y qué luz
si mi alma aún escucha los cantos de la vida
y se enturbia con el frenesí de los lobos
o con las guedejas de la anacrónica nieve
que cubren las aristas y los signos
a la vez que iluminan el fulgor efímero de las pisadas.

He desandado la rosa carmesí que un día tracé,
recojo el humilde peso de una corteza de pan.

¿De dónde o hacia adónde este mapa de jeroglíficos incólumes?

En la dirección de los astros, lo humano susurra
-me habla de amor, de trabajo, de hogar, de futuro-
como un diapasón o un enjambre
de sueños paralelos.

Y sigo, y el que silabea la canción calla
porque el cíclope sospecha que no creo en su voz,
he memorizado los ramajes,
los setos, la niebla y la noche,
los fantasmas me acompañan, ni yo ni su aullido sabemos por qué,
he amortajado un cuerpo que no es el mío
en los límites del dédalo,
estoy ahíto de volverme huella,
planeo para mí el óxido de los muros,
un ataúd sin palabras, una tumba sin vida,
una imagen que recorra en círculos
todos mis miedos.


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