miércoles, 29 de noviembre de 2017

La llama mínima que escondes

Te sentías tibio, acostumbrado a la piel dura.

En tu interior late un sol pequeño y dulce
con su anillo de iris cálido.

Hay una fe en las esquinas que aún reconoces,
la luna que rieló en ti una senda de rombos y albur,
la sonrisa que amaneció
en el fulgor de los días.

Un ejemplo de la luz
es el hueco límpido de la mano encogida,
una llama se perpetúa en el adiós
porque prorrumpe como ola y no cesa.

El tiempo de hoy es una serpentina
que se enreda en el espacio blanco
que va dejando la sombra.

La vida no existe si no existe el resplandor del ocaso,
así el rayo verde en tu corazón
o la canícula de un sempiterno agosto
en las axilas de la edad.

Siempre la luz igual que un estío en alza,
siempre la profunda claridad de lo eterno
cuando retornas a las orillas
que reverberan entre la quietud
para que te busques en ti
y así derrotes a la caricia de un presente sin color,
sin mapas ni misterio.



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