martes, 25 de julio de 2017

La planta



Alguien te la compró como un gesto de amor.
Tú la colocaste sobre un plato de cristal a contraluz
de la ventana en el lugar más íntimo de tu habitación.
Al amanecer miras la frondosidad de las hojas,
las flores azules, la esbeltez del tallo. Y piensas
en un rostro que sonríe o en una caricia sobre el pelo,
suave como las alas de un pájaro. Y quieres ser
esa planta que absorbe la luz, el agua, sobre la firme
pasión de la tierra. Y quieres ser vida, no aquí,
entre las sombras, el humo, las voces, la insipidez
de los electrodomésticos. No, tú quieres ser flor
que brota, infantil, bajo los árboles del bosque,
en el amarillo tenue de los campos, entre jaras,
espigas o jardines amantes, al aire y al sol
de las estaciones, en la palma de una mano
que amorosa te cuida como si fueras un capullo
que ha nacido para la alegría y no para el dolor.

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