viernes, 18 de noviembre de 2016

La inocencia resiste

Se alimenta de qué.

Del suave tacto de los dedos sin voz
o es un sueño de elefantes y golondrinas
entreverado por mapas,
paredes de estrellas y colores
de un imposible azul
o un ceniciento rosa.

A dos segundos del nido los enjambres mueren,
solo las alas de los ángeles
escriben sobre la piel
mensajes que flotan en el aire sin tiempo.

Así te entregas a la noche
como si la fraternidad abrazara los gestos
y nada en los hemisferios encendiera antorchas de dolor
o golpes que aún no han nacido en su sed.

¿Cómo surge la ventana que ya no miras,
en qué trasluz el mundo dejó de ser árboles
que engalanan las ropas que te visten
bajo las pérgolas o el viento,
en el sudor de la alegría
o en los cromos que aprietas entre tus manos
para no olvidar la lujuria de la vida,
su canción que arrulla?

Detrás de la calidez hay un cristal que llora;
si pudieras volver a ti
no sabrías cómo encontrar la luz,
pues la gloria del laberinto es la de la máscara,
en ella se dibuja un rostro que huye
con la bondad del algodón entre sus ingles,
una caricia que resbala sobre las horas que no son pasado,
barniz de un termómetro de piedra.

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