No me has dejado explicarte el por qué de nosotros. 
Y era fácil, la calle donde pisamos el silencio, 
el mar que se abandona bajo tus pies y los míos, 
el aire que te abraza-y a mí me hiere- 
en cualquier día azul o gris. 
Yo miro el reloj de la tarde 
y veo tu escenografía de niña-duende 
en el perfume blanco de las plazas. 
Me gustaría escribir esa canción múltiple 
que se esconde en las esquinas, 
la voz amarga de los topos, 
el canto del grillo que espía. 
Hablaremos de los libros inútiles, 
de cómo tu hermana cuida de tu futuro 
de golondrina vieja, 
de en qué lugar los párpados se encendieron 
para ser luz que naufraga 
en una frase de muerte. 
Yo sé que solo volverá a mí tu edad, 
los gestos que los elefantes aman en la penumbra, 
esa armonía de cuadros que te envejece 
sin que puedas volar. 
Mis ojos para ti son blancos 
y no saben mirar. 
Piensa en los dibujos 
que en la alegría de la tarde te buscan 
como una argucia que solo quiere un eco 
o un subterfugio, 
una latitud donde tú y yo 
seamos.
 
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