sábado, 30 de marzo de 2013

Creo que estuve en Paris, pero ya no lo sé





Antes de llegar imaginé su esqueleto(de tubos y colores,
de sangre y metal).

En la plaza, los ávidos arlequines me devuelven el espejo
ajedrezado de mi soliloquio o mi fuga.

La gran ciudad exhibe sombrillas de azul(es la hora
del mediodía desde la colina vieja, ciega, solitaria).

Yo desconozco si en este día de amapolas habrá un sol
de misericordia o si las campanas lloverán al fin
sobre el mármol bendecido.

Soy un turista que abrió los ojos antes del cansancio,
mi mosaico resurge en las losas de este empedrado circunflejo,
gastado como una vela sin nombre, herido por la marea
del sortilegio o la penumbra.

Atisbo la metamorfosis del adoquin cuando la música reverbera
en la noche y nos muestra la sonoridad del agua,
su repicar ambiguo.

En el mercado, los pintores juegan a ser plumaje de un espejo irreal,
el artista que concibió su nieve en arterias de dolor,
y abrió la figura, la muerte y el delfín de la belleza.

Es cierto, Monet aún dibuja el amanecer líquido, los cristales cuyo reflejo
camina detrás como un murciélago, y los manuales corrompidos
por el tiempo, versículos imaginados por el poeta con llaves
de angustia y rimas de tictac.

Ni tú ni yo transitamos el idioma, su voracidad derrotó en los labios
el dulzor, la historia, el tragaluz.

De un museo a otro el río nos denuncia, hay puentes que miran
su sombra, que pasa y pasa como el latido de un dios.

Si lo piensas bien este mismo aire lleva en su sed nuestra memoria.

Jamás volverá a tu iris perfecto la glándula del reloj, los ángeles dorados,
el sonido de una voz que nunca reconocerías, la majestuosa
cicatriz de esta catedral fría y roja, fría y roja.


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