sábado, 1 de diciembre de 2012

Ni siquiera recuerdo su nombre

El auto era tan pueril como mi memoria.

Dejar el océano por la piedra, el viento
por la húmeda sonrisa de la nube.

Ser otro siendo el mismo, bajo esta piel
que no tiene edad.

Y luego, las carcajadas y el escarnio,
en bocas de añil, y ese revoloteo
de pájaros silenciosos sobre el futuro
inconcebible.

La vida tiende sus ojos como una flor maltratada
y en ellos reconoces una cruz caída y un sol nuevo.

Juegan los niños en el patio, ajenos a su sombra,
devotos de su ayer.

En las habitaciones, los libros abiertos esperando el azar.

Primeros años de estudio en la Facultad rota,
silabas que se apoderan de los labios y no
amanecen nunca.

Yo seguí sus pasos hasta donde la razón no llega,
yo la concebí día a día en el fragor de los cines
o en caducas bibliotecas donde amar era lo más parecido
a la mentira.

Después,una pregunta tras otra y aquel ausentarse
de trenes hacia la luz o hacia el olvido.

Ni siquiera recuerdo su nombre.






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