sábado, 18 de septiembre de 2021

Noctívago

 La luna en el suelo gime con la boca abierta,
madrugada de espejos que la lluvia limpia,
soy el pájaro terrestre que busca un dios sin alas.
Las praderas donde los balcones son cristales omnívoros
me cubren, me arropan con su sed hospitalaria.
El silencio yace en el vientre del crepúsculo,
hace horas que la luz se desviste, lejos de la claridad,
como una loba nocturna de ojos encendidos,
faroles en la niebla sobre un altar mojado.
Me cruzo con la ropa vieja del danzante,
un niño-hombre que fuma la brasa en su cóncava desnudez de dedos hermafroditas.
Son los murciélagos candiles oscuros que rondan las plazas ocultas,
la campana inmóvil del juglar no golpea el azabache,
ni la mirada del caballo, ni los arcos con sombra,
ni las arterias que ya no crecen en los ventrículos del parque.
Solitario, sí, bajo el perfume de la luna, solo junto al eco de mis pies,
qué compañía de ángeles negros, qué fantasma en el oro de los rótulos,
que artificio el del agua que suena a flor invertida, a nimbo gris,
a vocal sin labios. Cuántos pasos daré si quiero encontrar un sol
en mis zapatos donde solo exista el día. Dejadme que pise la madrugada,
hasta que se incendie de luz mi nombre, hasta que muera en mí el vampiro.

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