viernes, 7 de mayo de 2021

Razones para que el final sea otro principio

 No sé por qué ahora,
precisamente,
es el final.

Pensé contarte el hondo temblor que aún existe
cuando las imágenes se recrean
en episodios perdidos
bajo una luz efímera.

El fuego infantil, recién nacido del deseo,
no,
los cuerpos esperaron un florecer maduro
entre las raíces de un árbol legendario.

Yo fui ventrílocuo para acercarme a tu silencio,
dije palabras inventadas que tú reconociste,
el imán de dos corazones extraños
nos pobló en las madrugadas locas,
algo encendía el neón del tiempo
en viajes desconocidos
bajo nubes de plata.

Descubrimos el latido del mar,
todo rumor y canto más allá del haz que un faro extiende;
al darnos la espalda, sin vernos,
encontrábamos la misma luz,
el pensamiento fértil ante los ojos,
compartido igual que un renacer
de muñecas rotas.

¿Qué palabra tuya fue un narciso que mudó mi ojal
en una pérgola de ámbar
bajo las pestañas dulces de tu aliento?

Conocimos a la vez el osario y su sombra,
en los violines un mudo eclipse tarareaba los nombres del hijo
y sus lágrimas verdes, en la cordillera del futuro un telar,
un bordado de jardines de agua,
vivía,
mudaba,
intuía el devenir antes de la semilla roja.

De todos los rostros que guardo de ti
solo uno existe, no es el óvalo perfecto del resplandor,
no es la risa en la noche que ilumina el leve manto de la piel,
es tu tez mojada por los años
que se acerca a mí como un pájaro al nido
que aún sigue en pie para acogerle.


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