Dejemos que las palabras tengan alas,
a contraluz tu cuerpo es sinuoso
como una cordillera niña,
las manos en los bolsillos
y tu piel blanca que se sonroja sin querer.
Hoy no llueve, pero el gris insiste con su monotonía
de nubes arracimadas en un cielo copado y sin luz.
La habitación murmura un río
que lentamente crece
mientras hablamos como manantiales
que unen su caudal
bajo las sombras.
Sin la doblez esquiva todo está inmóvil,
los automóviles son esculturas,
las personas persiguen atajos fuera de sí,
en la lejanía de sus horarios.
Lo no dicho es más real que el acento
de la voz tan conocida,
los secretos vibran,
la subterránea inmanencia de la costumbre
habla para decirnos entre líneas cuanto sobrevive
en las palabras que se acortan
bajo la estrategia del ardid.
Háblame, si quieres, en la penumbra.
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