lunes, 27 de mayo de 2019

Aquellos días de lluvia



Nunca pensé atornillar el tiempo, ponerle la soga del desdén,
acumular insomnios en la mansarda de la vida. Ayer eras mano
en la ternura, hembra sin ojos que incita al doble que tú pensabas,
lejos de mí, de lo que soy. Cómo descubrir el hilo de una marioneta
si el trasluz de una tarde se une al viento y estalla en amor.
Has poblado los infinitos, la memoria de los trenes, la piedra inmortal
de las ciudades de piedra. Si vestías jeans, si tu pelo rompía
el ciclo de las estaciones, si tu mirada veía un sol en mi nuca,
yo solo supe interpretar el desliz. Llovía cuando el clochard
dijo: “esto es un orinal”. Me hizo gracia su rictus de espantapájaros,
su sed de no sed en el invierno húmedo. Hubo mensajes
de fuentes y estatuas, la melancolía de las plazas y un eco
de callejas como envoltorio de estos cuerpos níveos. Tú oías
la música del agua pero pensabas en el cine-un film en blanco y negro-
fuiste fila delante de mi espera, altas tus botas como una empalizada
de tribu india. Y te vi sin verte, junto a los adoquines de la bahía,
en el haz del faro imaginé tu cintura junto a mi sexo,
vi el futuro negando el hoy, como las hojas caducas
niegan el esplendor del sol. Perdona que aún te busque
en los horarios, que en mi ventana tus pechos se alcen
hacia el sur de mi vientre. Nos bastaba la luz, el ojo infantil
en los cristales, los juegos que son juegos solamente al pensarlos.
Me han dicho que nombras a tu padre al soñar los cuadros
que nunca pintaste. Cada cual vive con sus dioses,
aunque todos estén muertos.

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