miércoles, 31 de octubre de 2018

Una mancha de ginebra en tu vestido negro

Estabas formada por pájaros negros,
pájaros de insomnio en la negrura de las playas,
pájaros que vuelven al agua de una gárgola azul,
territorio de la vida que sucede.

Hay símbolos entre tú y yo,
la voz del tren que llama a un río común de horas futuras,
el maniquí que nos ve al cruzar la calle que perdimos,
un perfume de águila que guardo en los bolsillos al atardecer de la lluvia.

Lo esperado no espera, un carril escribe en el viento hogueras invencibles,
tú ríes en un bar y nadie columpia tu risa de amapola.

Es viernes en un gozne que chirría pétalos indescifrables.
Aprendimos de los vasos encendidos por la ginebra
el magma dulce de la perdición.

Yo te digo: “ven a la sed”, como si la garganta
que ese neón escupe en tu aliento
comunicara a la lengua el latido de la felicidad.

Te he buscado y al buscarte regreso a mí
y en mi mapa descubro el boj de este laberinto
que no termina de abrirse.

Ahora es el futuro,
tu mano limpia dibuja un frenesí de palomas,
leños, ríos, cromatismos que mueren.

Ya somos la altura de la vejez,
en tu pelo negro, en tu sayal negro,
en tus perlas negras late la quimera de un perfil
que huye hacia el estío de las victorias perdidas,
hacia la cruz donde elegimos la dirección ágil y equívoca del misterio.

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