La noche está dormida y no quiere estarlo. 
El frío, la música, 
el brillo de las copas 
son igual que el sonámbulo latido de un reloj. 
Las palabras se repiten 
como piezas rehechas
en el mecano inacabable de los días. 
Es lo que pienso 
al verme en el cristal insomne 
cuando los altavoces escupen 
las letras orgullosas 
de una canción alucinada. 
Al principio vi tu sombra 
desplazarse por el espejo, 
a mi lado las pieles se conocen 
antes del arrojo y la musculatura 
de la danza. 
Vuelve la noche a recogerse 
bajo el ancestral murmullo de la luna, 
la vieja ciudad ama el silencio de los perros, 
el dulce cáliz de la lluvia. 
¿Cómo separarnos si en el arrebol de las calles 
hay efluvios de deseo, rojas amapolas 
en tu vientre aún intacto?
Solo los labios susurran entreabiertos la demora, 
mañana será la voz el lenguaje de la carne 
que copulará con el futuro. 
De ti no olvido la primavera que me diste 
ni el perfil de tus piernas 
cuando lejos del sexo me llamabas.
Parece que ya nunca más existió abril.
 
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