domingo, 26 de febrero de 2017

Los años pasados



Al principio un cuerpo es solo un signo.

Alas que viajan al futuro,
un desliz impronunciable.

Los primeros pasos viven en la luz
porque todos los espejos fantasean
y no hay huellas
ni estrategia
ni aludes que los nieguen.

La enfermedad brilla en la piel de un niño,
se desnuda como un ave veloz
que no existe aún en la memoria.

Yo soy el azafrán de los días,
a veces sol que ilumina los espacios que poblaré,
otras veces callado manantial
entre abruptos senderos de inquietud.

He huido como un faro más allá del resplandor,
lo supongo por el mercurio que bulle en mi fiebre
cuando recuerdo los paisajes perdidos,
la niebla boscosa de un roce.

Hoy y aquí
mi caricia se inhibe,
está cansada,
su abril murió en la perplejidad del invierno,
sus heridas no retornan a la astucia de las miradas
que se encuentran en la pregunta
o en la simetría volátil del color.

¡Qué frialdad de relojes
cuando su máxima es la aventura
de soñar vidas y ayer,
lluvia que jamás cesa
en su infantil gesto de añoranza!

Desde los años
un solo segundo grita como una madre
que llora el desdén infinito de no saberse luz,
prodigio que fluye,
madurez de la edad
en mí.

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