domingo, 9 de agosto de 2015

Siempre supe que vivirías aquí

Antes de que existieras
ya sentía tu voz.

No es el tamaño, no es la edad
quienes deciden la altura del sueño.

No conocer otro hogar que la luz
con sus huellas dormidas.

No habitar otro espacio
que estas habitaciones blancas
tan heridas de pasado.

Aquí murió el gato de la desidia,
aquí las hermosas caderas de lo imposible
dejaron sombra en cada moldura herida.

Una y otra vez la mujer que ya no vive en ti
enseña su tez de arrabal,
sus ojos perdidos,
su blusa de satén.

No hay esquinas que te nombren
ni paredes de rostro dibujado
en la suave rugosidad del yeso.

Golpea una mentira la memoria del teléfono,
la claridad ejerce su tiranía naranja
de tardes sin reglas
en el ocaso de noviembre.

Al fondo la cornucopia de caoba
parece el cabello de una insólita medusa
que abriera sus ojos de azogue
hacia el rastro de un zócalo invisible.

Rueda un balón con la lentitud del deseo frágil,
se posa en el bucle de la geometría
como un pájaro ausente,
espera la suave añoranza de un golpe
en los testículos de la dicha.

Se abre el pasillo como una vena imaginada
donde escuchar las palabras del misterio.

Siempre estarás aquí, aunque mi luz ya no viva,
vivirá tu resplandor.












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