jueves, 5 de marzo de 2015

Una forma de existir

El cansancio vive en la luz, en la armonía,
en los ojos blancos del misterio.

Su ramaje florece en la piel
como rios sin nombre
o acuarelas desvaídas
en alud.

¿Qué edad es la simetría, el orden,
el arpegio que mueve la música
perfectamente reglada
de los días?

Ella supo del tránsito y fue su cabello
una vorágine de ramas en el cielo puntilloso.

Yo busqué la redonda escultura
de esa voz innombrada, el jardín
donde yace la sinrazón impertérrita.

Resulta fácil acostumbrarse al latido,
su memoria es de alguacil,
su llanto crece cuando el amor,
la desidia, el miedo
o la latitud de mil atmósferas rojas
caen sobre el vientre indómito
que es tu cueva
o tu adiós.

¿Y la verdad, en qué rincón las máscaras
son ya inoportunas, en qué sincronía
de telas ocultas o cómodas vacías
o cuadros terriblemente inclinados
habita el orden que pasa?

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