domingo, 3 de junio de 2012

Medea



Hábil el ojo oscuro de la ambición.

Su patria es un hogar neutro pero hay racimos
en desorden, esquinas que adoran a un dios infinito.

¿Qué sabias tú del sol inmortal, qué del mapa o del infantil
guerrero con su talud sin águilas?

En los vientos de tu sangre el presagio se oscurece
y son lágrimas los alfiles de tus manos junto al orgulloso
sigilo del tiempo.

Ayudarás a la carne, y el deseo o su verdad guardarán para siempre
el eco misterioso de las encinas o el callado elixir de los sátiros.

Y ahora el mar, en los surcos de tu piel. El héroe calcina su decreto,
te venderá al sol después del naufragio mientras tu corazón se agrieta
como un pantano triste y desventurado.

¿Es quizá tu promesa un lazo de virtud o un sarmiento
que pervive sobre las alas atónitas de la edad?

Hechicera y virgen, audaz y roja como un pedazo de magma.

De tus rodillas surgirá la pócima de la locura, la estratagema de la piel blanca,
los ovarios dóciles de la especie.

¿Qué te espera sino el silencio, tal vez la metamorfosis insomne de la traición,
la llama triste de los cometas?

Sientes en tu sangre el ardor anfibio, viejo como la senectud de las estalactitas.

Nada hay más precioso que el metal pulido que destella su nieve. Tus hijos
te avergüenzan porque sus ojos guardan la memoria de una pasión inmadura.

¿Para qué Medea tanta sed perdida?¿o es que ya conocías el ángulo exacto
del dolor?

En el exilio encontrarás lo que la historia te niega.







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