En sus juegos, en sus juegos una verdad.
La ida y vuelta de los pasillos y el hambre
que vaticina tu sol. Metros cuadrados
de imperfecta luz. Una pared, un espejo,
la lámpara sin ojos o el papel pintado
de geometría y azul. Y las voces que
hablan como dientes de mercurio, y el
resplandor en las aristas como un río
sin penumbra ni fe. Ella anuncia las
caderas con el vigor de los sueños, su
curva es un adiós y su garganta la música
de los hospitales, mi curación o mi sombra.
No persigas lo que el tiempo detiene, no finjas
el ardor de un témpano. Y la voz y aquel
entrecejo sorbido de luz. Aún siento el frenesí
de lo dioses: tímidos ecos, escudos sin mapa,
mujeres heterodoxas como un abril, dragones y fosas
en un paisaje de niebla carcomida bajo el vapor
de una sonrisa. La casa ya no finge. Se aleja
como un barco ciego, sin proa y sin locura,
a la deriva de un dios, o de si misma. Huellas
que no admiten refugio, plomo sobre el plomo,
la inmortal secuencia del frío. Mi sed roja.
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