Al abrir mi
mano la ciudad
se alza
como un pájaro libre.
Hilos de
lluvia, paraguas sin temblor,
espejos
divididos que reflejan cuerpos rotos.
La noche
perdió su perfume,
los ángeles
habitan las sombras líquidas,
en la plaza
solo hay transeúntes que nunca miran atrás,
ni un
árbol, ni la orfebrería de un monumento
ni terrazas
con voces de abril.
Al cerrar
mi mano la ciudad ya no está,
el tiempo es ese pájaro que se ha ido,
para
siempre.
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