jueves, 29 de noviembre de 2018

Familia



Venid al tronco, a las ramas del olvido.
En la similitud de los rostros hay una huella de vida.
Cubre la piel morena un halo antiguo de membrillos y palmeras,
de acento meloso contra la luz que muere.
Y, después, nosotros en un lugar de lluvia
que anticipa inviernos fríos lejos de la palma y el cafetal,
del ingenio y de la zafra.
Nada conocimos de un país alegre,
allí nació padre(su fotografía de niño junto a un caballo de cartón,
en sus labios un habano y en su pelo el aroma indolente del azúcar).
Hoy vivimos en una orilla verde donde late el mar
y el viento rompe las esquinas con su canto de azufre.
Sus vástagos cruzan las calles, estudian, aman el silencio de una voz que se desviste.
Madre solo sabe reír, oculta el sinsabor bajo las pestañas
lo mismo que una nube y su hechizo.
Mis hermanas son hélices que no dejan de encumbrar el aire.
Mis hermanos fingen ser mis hermanos
porque al hablar solo se escucha un oasis interior que les nombra.
Solo queda el armazón de la casa con sus recuerdos de virginidad,
el misterio en los cristales, la caoba, el álamo de una tabla y su dibujo
carcomido por las horas que nunca han cesado de transcurrir.

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