lunes, 22 de mayo de 2017

La noche húmeda



Aquí está la lluvia,
lluvia amiga que se posa en mi abrigo
como la pluma del invierno,
como la escarcha que sube al cenit
se columpia y cae.

Voy hacia ti aún sin verte
mido la escala que tu cuerpo va dejando en las losas,
en el frío,
en la húmeda noche sin amparo.

Son las diez o tal vez no,
me miran los escaparates dormidos,
afuera en el haz de la luz
las gotas ríen al saber que te busco
como cierva o ave sin refugio.

Al frente el campanario de la oscura catedral
parece el índice enhiesto de un dios,
designio sin memoria que elige el canto oculto de las nubes,
la prisión de las estrellas
en la frívola oscuridad del silencio.

Un sonido,
la música tan humana que quiere ser vocal
y abre los labios y susurra un verso
o una melodía
o quizá la candidez de un saxo
que es como un río donde nada el deseo de amanecer
con el iris azul de tu pronombre,
con la sed clandestina
que todavía somos.

No intuyo si me esperas,
hay colores donde no vivo
y en los almanaques mi corazón no es para ti
luna ni mar.

Dejemos que el espacio sin límites
sea el jardín de las crisálidas,
que tu voz recorra los laberintos
en los que no sabré entrar,
que la sensatez dibuje en ti mi ausencia
como una cicatriz que nunca tocarás,
como la mirada que adivina un clamor
entre las heridas ocres del tiempo.

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