miércoles, 8 de abril de 2015

La cena


En la fiebre de la noche
la luz imagina mosaicos rotos.

Sólo la busqueda de un lugar exacto,
un principio sin hojas
que me ayude a enfrentar la sed.

El bar muere en sí mismo,
hay reflejos de caoba y voces infantiles
en la majestad de su génesis.

Quiero la testuz de un soliloquio,
quiero ventanas encendidas
en la arquitectura de los platos,
una palabra simple
que inunde la miel de las secuencias,
el rostro amable de los aromas,
el silencio dócil de la música.

Me cubro con salsas de aliento,
con especias de amor,
vigilo la abundancia del confit,
el rubio eclipse de un vino despiadado,
el símbolo del pan
intocable como un sol.

Y hablamos
con las servilletas desheredadas
sin conocer que las fotografías
lloran su nube de éxtasis
en mensajes azules.

Crece la virtud hacia los labios del príncipe,
el agua muere en el alambre de los ecos
y un rasguño de añoranzas desviste la falsedad
de no existir en tu corazón
sin alma.

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