sábado, 25 de octubre de 2014

Nocturnidad



Era frágil esa luz que yo no supe adivinar.

Me bastó un visaje de alas,
un corazón despierto,
la cruz que asoma.

Son los latidos del aire
un hemisferio de voces imperfectas,
el sonido de los pasos, la piedra que nunca amanece
núbil.

Las horas dicen un número, los párpados
se enseñorean con la exactitud de las estatuas
y el alba rige como péndulo de adiós.

Es así la realidad,
no usa maquillaje,
su razón de herencias,
su fuego y su cálida desnudez
va sembrando ojos de uniforme,
labios apenas abiertos,
un pensamiento florido de ángel
o suburbio.

Tú sabes que la lluvia no escribe nombres,
su caída de otoño es lenta
y se abre en flor como un pábilo.

Si hoy hablaras de la juventud,
si en el enjambre de las palabras que suenan a armonía,
si al amparo de la música la frase amiga
rompiera en nudos invencibles
que ataran los músculos y una sola huella
de horizontes perdidos se arrodillara
en la madrugada de los cohetes
para ser diluvio de mis dieciocho años,
cuerpos que por una vez aman la herida
de estar perdiendo gramo a gramo su inocencia;
yo vendría a ti, falaz, astuto como un féretro.

Deja que el neón vista tus pómulos de un barniz omnipresente,
deja que la luz se agote, que el delirio se agite,
que la catedral que hoy nos cubre
yazca como una pregunta sin futuro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario