miércoles, 21 de agosto de 2013

El perfil de Elena

No hay similitud que ampare un rostro.
Lejos, la doctrina de un hogar que no finge.

Su cara me recuerda los balcones frente al mar,
el silencio ingrávido de los días neutros,
la hospitalidad de las tardes amigas.

Su nombre huele a jazmín, en las manos
le pesa el hormigueo de un niño, la salud
barata de diciembre.

Mi habitación cubre las hojas de un templo,
mira al vacío de los tejados como un caparazón
que lloviera su amarga duda.

Allí, en el precipicio de mi edad, dolían las horas vagas,
tan atentas al rubor, tan perdidas en la locura
de una piel o un misterio.

¿Conocí acaso la memoria gris de los rododendros,
aquellas estatuas que lloraron su luz
como mariposas de cal?

Mi cuerpo ágil, anuda las esquinas del paseo, cruje
la grava de las historias olvidadas, el pájaro alegre
trina en su mansión de diluvios y sol.

Sé que el día tornará al refugio de este tiempo inacabado.
En la odisea de los semáforos una rama sacude las horas,
golpea en el color, irrumpe como un látigo o una semilla.

Aún quiero sentir la oración penúltima, la que has callado
en la sed de los espejos, para que me digas al fin,
cuando vuelves.

2 comentarios:

  1. Me encantó el poema, como alguno más leí. Vale la pena leerte, hay hondura en tus metáforas.

    Saludos.

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  2. Muchas gracias, Jesús, por acercarte a mi blog y comentar el poema. Un saludo cordial.

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