jueves, 15 de agosto de 2013

El mercado medieval



Los puestos lloran con sus cicatrices de letras verdes.
Hay algo dormido en los trajes disimiles, algo como
la pregunta del hastío o la flor siempreviva de los cines.
¿Es real el atlántico desliz, la mansedumbre de una mano
que arroja el maná en los dedos invisibles? Calles que ya
conocí con su corazón ambiguo, artilugios que doblan
sus miembros como avispas sin reloj. Extiende las axilas
y verás un relámpago de caballos, la carne que regresa
a su noche, los orificios del metal en cánticos de lucha.
Y es que más allá de los aires rojos, más allá de las
cinturas dúctiles que se muestran en catafalcos de
espuma, las espadas crujen y la sangre y el espanto
del fragor deja una huella informe sobre los
cuerpos dormidos. Las risas de los niños o el
circunloquio del memorándum estallan en nubes
escarlatas, corrompidas por la belleza de un señuelo.
Lábaros y estandartes, ponys aguerridos, el ajedrez
del arcano, la familias bilingues con sus emblemas
de luna, las águilas sin voz de un souvenir acrónico
o el pelaje de un latido, te comprenderán.

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