sábado, 22 de septiembre de 2012

A veces me puede el desaliento

Queda atrás la gran mentira del pánico. Otra época
de mayordomos sin alma y habitaciones oscuras.
Otros símbolos de agua donde la palabra ya no es
un don ni un arpegio. Mudan los días su corona intacta,
el frio llega con columnas azules y un mar gris cubre
las paredes abiertas al tiempo. Diecisiete años
en un clamor de fingidas imágenes, espacios donde
llueven los trenes y las películas se fijan en las pupilas
rotas. Hablar con la voz de la espera, sentir en la página
de un libro el temblor de la ilusión, volver a las noches
de jauría como vuelve el niño a su corazón negro.
¡Y tú que sólo eres la fugacidad del aire, aquella mano
que se agita como un pañuelo en la levedad del día!
Antes de haber estado ya te habías ido, con tus botas de plomo
y el rubio mensaje en tus incendios. Aquí no hay amanecer,
aquí vive la sombra en la piedra como en un altar blanco
y muere el orgullo de la espiga entre el gemido de los labios
o la duda intransitiva de los cabellos. No sé el nombre
de mis banderas y cuando miro al futuro un espeso verdor
me cubre de angustia. La juventud es un largo camino
hacia la semilla invisible, hacia la luz de las tinieblas.
¿Quién espera en la trémula canción de la despedida? Allí
estará la locura inmaterial o las espaldas que se comban
como arcos ciegos. Y el dolor, siempre el dolor mascullando
su eco, vestido con las formas ambiguas de una faz extraña,
unas veces fulgor, otras lánguida ascua del frenesí.




2 comentarios:

  1. El poder de la buena poesía es contagiar emociones, y por ello la lectura de tu poema hace que se palpe y experimente el desaliento, pero a la vez la poesía es capaz de envolver esa emoción de belleza, de algo en lo que apetece sumergirse.
    Un poema muy bueno, en tu línea.

    Un abrazo.

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  2. Gracias, Ramón , por tus amables palabras. Me alegra verte por aqui. Un abrazo.

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