miércoles, 7 de marzo de 2012

El hogar celeste


Todos los espejos son redondos menos tu mensaje
de amapolas. Hay un rubor en la piel de los pasillos
y ojos en los cuadros que adivinan tu futuro. La luz,
la luz abandona su misterio, para ser romance de esquilas,
música en las orlas de una sábana infantil. Tu circunloquio
ya no miente, mira las cóncavas esferas, allí el paisaje
de un salón, con sus cómodas de fieltro, la porcelana que habita un color,
el papel pintado como un horizonte de nenúfares y acantos.
¿No edificas la risa bajo el opúsculo de tu niñez, en qué
inmortal símbolo el juego destruye la armonía de una golondrina
fugaz?. Crecen mis piernas sin hallar olvido, porque las ventanas
se asombran como pájaros nocturnos. En el rubor de las habitaciones
mil objetos renacen, el escarabajo que odia la luz, el blanco del gres,
la premura de un oso de plata, el cristal inacabado del hospicio.
Mi casa nos refleja, sus nubes esconden la coreografía de los zócalos,
el bienaventurado enigma del deseo, su raíz en la huella como
blasón y azul. Pero no pienses en el orgullo, tu país son las caderas
de una hembra marchita. En el vientre encontraras los perfumes
de un aliento, la esperanza de un cómico. Aquí se amontonan
las doradas serpentinas del invierno ¿Dónde el epitafio de tu
abril o la espiga que enciende el elixir de los teatros mudos?
Volveré a lo que ya se ha perdido, con la locura y la tiniebla,
con el sol y los anuncios que matan, con la desfachatez del ensueño
y su estertor que finge.

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